Noor

Se apaga la luz. Se apaga cuando las fuerzas definitivamente nos abandonan. Cuando nuestro cuerpo dice basta. Y mira que ella ha luchado porque la llama siguiese encendida. Hasta su último suspiro habrá sido cabezota en su empeño por quedarse. Cabezota pero, a su manera, tremendamente dulce. Así era mi abuela. Y quizá por un irónico homenaje a su carácter luchador, el día de su muerte ha coincidido con el día internacional de la mujer.

Llevaba ya unos cuantos años sufriendo demasiado. Aunque suene a tópico, el tiempo no perdona, pasa factura. Fue en 2009 cuando estuve con mi abuela por última vez. Y su chispa se apagaba por momentos. ¡Pero como es ella! Más fuerte que un roble. Hasta el último respiro me la imagino luchando, porque así ha sido ella. Una luchadora.

Recuerdo que me encantaba entrar por sorpresa en su casa y pegarle sustos. Y también recuerdo que pasada la tormenta, me compensaba con un vaso de cola por la (cariñosa) bronca. Yo le decía: “abuela, tienes que comprar coca-cola de la buena, de marca, sino tendré que seguir dándote sustos”. Y seguí apareciendo por sorpresa para asustarla. Realmente le gustaba.

Sé que en estos últimos años no hemos mantenido mucho el contacto. Sobre todo tras su bajón físico y mental. Pero una parte de ella siempre me acompañaba. Estaba presente.

Yo no soy creyente; no creo en el más allá. Pero si creo en mi abuela. En su carácter luchador. Y ese recuerdo nunca se irá. Ni mi sonrisa cuando piense en ella.

Como escribiría Mario Benedetti, “después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”. Y la suya, hasta el último momento, ha sido de admirar.

Un beso abuela.